Ojala pudiera escribir como lo hacía hace unos años, donde me dejaba llevar por las palabras y ellas me llevaban de la mano hacia mundos insospechados. Donde cualquier cosa se unía con cualquier otra, creando puentes paralelos, en un espacio indescifrable. Mientras caminaba por esos puentes apretaba el paso en el empedrado mágico, y los duendes peinaban mi pelo, haciendo rulos, como escaleras hacia el horizonte. Algunos puentes eran firmes, otros eran levadizos; entradas de castillos siniestros. Otros eran colgantes. Aquellos me daban miedo porque al correr y saltar, se movían, y la soga que hacía de baranda me daba inestabilidad. Tuve que dejarme caer, por no soportar la presión. La caída resultó ser muy agradable, casi infinita pero agradable. Descubrí que las nubes sí son de algodón, y que uno se puede sentar en ellas. Que un arcoiris realmente es un tobogán y que al final de ellos hay una bolsa con monedas de oro. Tomé algunas y eran de chocolate: me las tuve que comer. Seguí bajando hasta caer en un globo, que me llevó de viaje por los cielos hasta que tuve que bajar. Allí estaba el piso, y las palabras tiradas en el pasto. Como un gran rompecabezas comencé a unirlas, la presión con la poción, la naturaleza con la ciencia, a la santa con satan. A las palabras que se asomaban en mi conciencia, escapándose a la inconsciencia.
Ojalá pudiera escribir como hacía hace unos años, sentada en un tronco espero a la inspiración que un buen día vino y luego se fue. Comienzo a creer que se fue porque no la escuché, como una novia despechada, se llevó su talento para otro lado. Tal vez el talento consiste en poder escuchar a las musas, y no decirles “y mira, re bueno lo que me estás diciendo pero ahora estoy en el bondi y me estoy yendo a laburar, ¿donde queres que lo anote? No tengo tiempo para pensar eso, si puedo el fin de semana me siento y hago algo, que se yo”. Listo, la perdiste. Seguro que ya se esta comprando el pasaje de ida para ir a buscar a otro que si le de pelota, no como vos. Y así paso, se fue, se tomo el palo, No lo quería creer, prefería echarle la culpa a ella, pero ahora me di cuenta que la culpa era mía. Y peor, me di cuenta de que la había rechazado mas de una vez. Y si, no es una arrastrada, habrá alguien mas que la sepa escuchar.
Ojala pudiera escribir como hacía hace unos años, con la simpleza de esperar que la palabra se una, con esa majestuosidad infinita de creer que uno espera y espera, y ¿al final que encuentra? Un espacio vacío, un blanco mental, que es como el agujero negro del universo. ¿Que es la nada? ¿Algo que no es, o algo que no podemos identificar? No porque no lo veamos no existe, no es “no veo no lo creo”. Hay cosas que no vemos y que son, el mundo no se apaga cada vez que pestañeamos. La pestaña, curioso pelo corto en nuestros ojos. Si el ojo es la ventana del alma, los parpados son las cortinas, las pestañas son sus flecos, como los flecos de la bufanda, de una cartera, de un chaleco. Un chaleco psicodélico usado para la fama, colgado ahora en un placard, esperando ser usado por alguien que vuelva a traer la psicodelia a nuestra vida, que hoy es tan gris, como aquellos que se la pasan mirando el cielo gris y dicen que es un día horrible. ¿Y que te importa eso? ¡Un día es un día como cualquiera, depende de lo que vos hagas de el! ¡Deja de quejarte, pensá en otras cosas que son mas importantes!
Ojala pudiera escribir como hace unos años digo, y mientras escribo siento la decepción del vacío, de sentirme sin magia, desesperanzada, queriendo recuperar un brillo perdido. ¿Volverá? Tal vez debo resignarme a que aquello que fue no volverá a ser, y que esta señora musa me podrá volver a visitar, pero con otro equipaje, con otras ideas, algo escrito con otros colores. Después de todo, yo tampoco soy la misma que era hace unos años.
No cantemos derrota. Un día de estos puede que recupere mi magia perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario