Hace unos días hice un descubrimiento importante. En realidad no es un descubrimiento. Es como esas cosas que uno sabe en teoría, pero que hasta que no las vive no sabe bien cómo son. La experiencia arrasa a la imaginación. La imaginación y la empatía lo acercan a uno, pero es como ver la tierra desde un globo aerostático. Podemos imaginar y tratar de pensar la sensación de caminar descalzos por el pasto, que parece un colchón verde, como de algodón. Caminar por el pasto descalzo ciertamente es otra cosa. La experiencia es cruda, real. Y es real aunque a veces nos deje en un estado de estupor, de irrealidad.
La experiencia me llevó a conocer los distintos estratos de una persona muy cercana. Una persona que creí conocía bien.
Creía certeramente que al conocerla por tantos años, tener una confianza suprema, y hasta usando mis propios conocimientos sobre la mente podía acercarme a conocerla. Sin sorpresas. Pero la vida me demostró otra cosa. La experiencia fue como chocar de frente con una pared. Todavía siento el cerebro acomodándose por el golpe. De vez en cuando cierro los ojos fuerte, como si tuviera una migraña. Todo me gira un poco, luego se acomoda.
Como decía, conocí los estratos de una persona. Ya conocía el más exterior, de su relación con la gente desconocida. Luego uno inferior, de la gente conocida. Debajo de ese, la gente verdaderamente de confianza (por ahi andaría yo). Luego el estrato de uno para uno mismo, del cual podía tener conjeturas. Y el más profundo (podríamos decir mítico) del que podría tener alguna idea, pero ciertamente no es accesible.
Esta experiencia me llevó a conocer la mentira, el ocultamiento y el engaño. En casi todos los estratos.
Superficialmente un ocultamiento coherente, libre de sospecha. En mi estrato, creo que mentira y ocultamiento, conciente, deliberado. No fui la gran afectada.
Por último, las tres características para consigo misma, concientes pero mas que nada inconscientes.
Lo oculto en el fondo, se asemeja a lo ominoso.
Si bien Jeckyll y Hyde es tan conocido, no había sentido tal identificación hasta hoy. No puedo evitar pensar que a cada paso puedo volver a encontrarme con esto. ¿Debería sorprenderme? Tal vez es verdad que uno no puede confiar en nadie, ni siquiera en uno mismo.
Nuestra coherencia interna es frágil como un castillo de naipes. Lo ilusorio es que para nosotros las cartas parecen de ladrillo.